miércoles, 29 de noviembre de 2023
150 cerebros y 1 corazón
lunes, 27 de noviembre de 2023
POST PARA RECOMENDAR LIBROS / MANTENER EL CONTACTO
¡Hola a todos! Como algunos ya sabéis, en diciembre suspenderé hasta nuevo aviso mis clases de Narrativa 1. Para no desligarme del todo de vosotros, y para tener lectura en este tiempo que voy a estar fuera, se me ocurrió que cada uno de nosotros recomendase uno (o varios) libros que les hayan marcado de alguna manera. Podéis poner vuestras recomendaciones en los comentarios de este post.
Empiezo yo: Malaherba, de Manuel Jabois, por cómo fue capaz de transportarme de nuevo a mi infancia y despertar en mi sentimientos que llevaban mucho tiempo dormidos. Lo leí este verano y fue una de las razones por las cuales decidí dar el paso de apuntarme a Narrativa.
Os dejo también mi teléfono :) 699759510 - Cuando sepáis qué día haréis el encuentro de navidad en Selecta, avisadme!
Un abrazo a todos,
Nacho.
miércoles, 22 de noviembre de 2023
Relato de Regino Martín "El Palacio está repleto"
Regino Martín Pérez
Selecta escritura
22/11/2023: Relato con “Me gustaría meter…”
Me gustaría meter todos
mis yos en una inmensa y majestuosa sala. Con ventanas altas y abierta al
exterior. Un lugar noble, palaciego y solemne. En dónde quepamos todos, sin estar muy
apretujados. En la mejor estancia del palacio que yo mismo me he otorgado.
Me gustaría meter a todos
mis yos en ese noble lugar, para realizar adecuadamente un besamanos
ceremonioso y que me vinieran a presentar sus respetos. Yo les saludaría a
todos de manera adecuada a su importancia. A alguno con cariño y respeto, a
otros, con distancia y frialdad, la que me otorga la experiencia.
Con aquellos yos a los
que desprecio, desde mi yo actual, los tendría bien colocados al final de la
sala, observándolos de lejos, con esos ojos arrugados y distantes, pero atentos.
Nada de abandonarlos en un sótano frío y oscuro, no. Junto a los demás, pero
demostrándoles, que ellos no fueron los predilectos y han sido relegados al oprobio
más sincero. Debe recordarse, que lo bueno de toda humillación, es que se debe
de hacer en público. La humillación y el castigo tiene una connotación
exhibicionista, si no se ve, no existe. Esos yos que no me condujeron a nada
bueno, y que fueron abandonados a su suerte, deben de pagar por lo que me
hicieron. En este caso, en la recepción que he organizado, los he relegado al
último escalón, al de la chusma que suele abarrotar todo acto, aunque no aporte
nada.
Aquellos yos más tiernos,
más recordados, les otorgaré honores y palabras cariñosas. Si estoy generoso,
quizás les cuelgue alguna medalla. O les conceda, en mi serenísima
magnanimidad, un título adecuado. “Barón de la adolescencia acomplejada”,
“Vizconde de la incipiente juventud confusa”, e incluso algún principado
otorgaré, “Príncipe de las discotecas decadentes”.
Todos los yos han sido
invitados, se cursó la oportuna convocatoria en sobre lacrado, bien escrito y
formalmente remitido. Yo no dejo nada al azar. Todo debe estar bien realizado,
bueno soy yo para estas cosas.
Algunos yos serán
glorificados y elevados al altar de la consagración. Como dijo el profeta,
“sobre ti construiré mi iglesia”. Los elegidos, ellos bien lo saben, están
llamados a ser sacralizados en esta ceremonia tan particularmente mía, de
edificar catedrales en la nada, o la de construir vaticanos en las nubes.
En este salón Real,
mientras el besamanos transcurra, iré recibiendo y saludando a cada uno de
ellos. Pero seré riguroso y aplicaré el protocolo adecuado. A unos les daré una
grata bienvenida, un caluroso saludo, con afecto. A los que pretendo alejar, solo
un movimiento de cabeza, que remarque una afirmación de existencia, pero sin
mostrar apenas sentimientos. Ese lejano acto en el cual, mi honorable presencia
afirmaría su asistencia y poco más. No vayan a creerse algo que no son y nunca
fueron.
Entre los invitados,
estarán los yos lejanos, los que me presidieron de forma evanescente y a los
que me costó recordar en la convocatoria. Esos yos intrascendentes que
interpreté sin sapiencia y sin consciencia. Esos que llegaron sin avisar y se
fueron de puntillas, sin dejar rastro. A veces, incluso yo mismo los olvidé,
como dice la canción “se me olvidó que te olvidé, a mí que nada se me olvida”.
No faltarán los yos
pesados, esos cansinos compañeros de viaje, que por mucho que los expulse del
palacio, siguen regresando una y otra vez. A pesar de haber proclamado un “Edicto
de expulsión al inframundo”, ellos siguen apareciendo por las estancias
reales. Malditos yos, pero inevitables en esta recepción, ya que la democracia
tiene estas cosas, todos deben estar presentes, aunque no aporten más que su
molesta presencia.
También estarán mis yos
absurdos, los que me ridiculizaron y arrastraron por la ignominia, también
acudirán. Pomposos ante la inconsciencia de lo que hicieron. Sí, esos yos que
son tan abruptos y ridículos, que ni ellos mismos se ven en su naturaleza. Aprovecharé
y pasaré cerca de ellos para escupirles kantianamente, con trascendental
movimiento de cuello y abrupto lanzamiento salival. Que noten mi rencor, no sea
que se confundan y crean que se me olvidó todo el mal que me hicieron.
Aquellos yos sin sentido
también están convidados. Esos que me conformaron y que aun no comprendo qué
hicieron en mi vida. Esos yos que siempre que los recuerdo, aún me asombro de
haberlos tenido. ¿Cómo pudo ser mi yo? Exclamo con teatralidad impostada, solo
exagerada por mi yo actual, enemigo acérrimo de ese yo despreciado, pero que desconoce
su futuro.
También irán esos yos que
hablan de sí mismo en tercera persona. Esos yos que siguen mirándose al espejo
mientras se hablan con magnánima exquisitez, con distancia y en tono frívolo. Esos
yos que se aplican el “nos mayestático” que tanto les gusta. Son esos
que se creyeron importantes y trascendentes, pero apenas reinaron, su gloria se
esfumó en apenas un suspiro. En el reino del Yo, el trono tiene una alta
rotación, y los príncipes son asesinados a manos de sus hermanos y primos.
William Shakespeare no sería capaz de imaginar la cantidad de asesinatos que se
perpetran en este reino. Ni Bruto en sus mejores momentos, lograría tanta
sangre derramada a las puertas del senado.
Solo pediré un ruego, que
el próximo yo que sea condenado al olvido, siga vivo y no sea asesinado en uno
de los pasillos de palacio. No me gusta la sangre sobre los mármoles, dan mala
impresión y los invitados se quejan. Mientras leo mis escritos, rezo que
ninguno de mis enemigos, mis yos despechados y rencorosos, desee acabar con mi
existencia en cualquier momento. Darle la espalda a un yo humillado, trae malas
consecuencias. No pediré cicuta, ni llenaré mi bañera de láudano. Quiero morir
de viejo, pero el palacio está lleno de enemigos y el frio preside todas las
salas.
Texto de Ana
Me gustaría meter en una habitación a todos los hombres,
a todos los hombres que me han vejado en una habitación desde 1984
porque el primero que lo hizo estaba en la sala de parto
de espanto ante mi primer dolor
aquella hostia a mano abierta en mi rosado
trasero
Me gustaría haberlos convocado, tentado
quizás hasta asustado
con una invitación
en un sobre rosa y dulce como los que coleccionaba intercambiaba
en el patio
en el que muchos hombres que aún eran niños
debajo del árbol al lado de las porterías
pásala, chuta y gol, gooooooooool del niño más alto.
Al que por supuesto he invitado y celebraba tirando de mis trenzas
y celebraba tirando de mi mano y celebraba
tirando de mi falda chuta y gol
Chupa y gol
Me gustaría cerrar con alambrada esa puerta
todo a oscuras oscuras oscuras
y que el eco de sus murmullos
me meciera me abrazase me diera risa
Y encender la luz
sus ojos entornados adaptándose a ella
mientras grito sorpresa
presa
presa fui vuestra
cuando aún no sabía correr
Y que cayeran guirnaldas sobre sus caras
y que cayeran guirnaldas sobre su pelo
sobre sus manos torpes de animales que clamaban al cielo
en celo
que su instinto atrofiado era más fuerte que ellos
Les invitaría a sentarse a todos en el suelo
en corro de la patata
comeremos ensalada que tú fuiste el primero
apareciste después tú aunque te dije que no quiero
con tu brazo que ahora lavo, me cerrastes el paso
te parecerás a este otro
qué te he dicho que no quiero
que vino luego.
Los dos cortando mi paso mi respiración con estos brazos que ahora os lavo
sobre mi pecho
Apagaría otra vez las luces pidiendo silencio
no es para asustaros esperad es solo un momento
Sacaría el proyector y les pondría diapositivas
click click click
Esto es lo que tu me hacías
Y click click click
como podéis observar vuestra estratégia tan original
no era
tan me lo merezco por guarra, por hablar, por callar, por lista
no era
tan entonces por qué has llegado hasta aquí
no era
Les preguntaría por sus madres mientras sirvo la merienda
mientras sirvo con mis clases de maestra
que cómo las han tratado a ellas
porque si consiguiera hacerles entender
qué entendáis
qué lo entendáis hostia de una vez joder porfavor que se os meta en la cabeza
estaré salvandonos a todas
a todas
a todas las que fueron somos seréis
Porque si
os sirvo
té caliente y os los ofrezco de mis propias manos
me quemo
me quemará siempre por más tiempo que pase
lo que para vosotros es un segundo para nosotras
una vida entera una muerte en vida entera
a base de curas,
(que a mí menos mal que ellos no, lo que me faltaba)
a base de curas con otras mujeres
con ponerse la capucha como caperucita
para pasar de largo entre los coches como una pantera
desapercibida
a base de curas de leer a Virgin
Despentes
quiero una ovación después de cada nombre
a base de curas de leer a Valerie
Solanas
Oooe
a base de curas de leer a Maria
LLopis
Oooe
a base de leer los whatssap de mi amiga cuando ha llegado a casa
- ya has llegado?
-Sí emoticono de corazón morado
Oeee
cuando ha llegado a casa
sana y salva, sanas y salvas al cielo y otra salva al cielo gracias a dios en nuestro honor
Me gustaría que se bebieran el té sin miedo
no como nosotras las copas despistadas en la barra
pero que despistada eres pero como se te ocurre
en la barra
Yo entiendo a Valerie
Solanas
Oooe
pero no les pediría como ella escribe
desde su grieta desde su lugar relegado del mundo
por pobre por loca por tener una pistola
que
para obtener una sociedad sana el macho debiera trotar obedientemente detrás de la mujer
No, no os lo pediría
que yo no quiero que trotéis que yo quiero que nos tratéis
con educación
dignidad
con respeto con
que yo sé que a vosotros les diría
os han hecho daño de pequeños les diría
no os dejaron llorar de pequeños pero ya eres un hombre o qué les diría
qué no me seas maricon os decían
que yo ya sé que a ti tu padre te pegaba o te llevaba de putas
Les pondría por parejas de la mano que se dieran la mano
otra piel que no sea la de una mujer que no quiere
que la toquen que no quiere que la obliguen que no quiere le digan:
yo te lo explico que tú no lo has entendido
Yo me iría mientras me iría a un altillo preparado para la ocasión
y así tendrían su intimidad
como nos enseñó Virginia
Wolf
Oeee
a todos las que la hemos leído
que es precisa
que es preciso tener una habitación propia para que la verdad salga a la luz
como esta
Y les dejaría
solos
solos ante ellos mismos que son el mismo
solos
para que se contasen porqué tanto dolor
porque tantos años de someter de quemar tierras de conquistar y montar a caballo
de masacrar, torturar e imponer leyes absurdas
de quemar en la hoguera y de negar saberes
de abolir derechos y clítoris
Y le daría al botón y pulsaría la tecla
y se movería
despacio
el engranaje
las paredes se moverían despacio y el cuarto
la habitación
la habitación propia
iría menguando y mengua que te mengua
hasta que sus cuerpos se fueran oprimiendo
oprimiendo pero que no les duela
oprimiendo hasta que toda esa masa de hombres que me han te han nos han vejado
desde 1984 diez cien mil años antes de mi primer dolor
se convirtiera en un solo
solo en uno
en un solo cuerpo de un hombre
Adán,
Saturno,
Manuel.
Porque si yo pudiera tenerle
tenerte
a él
delante
En esa habitación cerrada con alambrada
que yo no quería que yo cuando nací no quería alambrada
que yo nací pura
una rosa
pero vosotros a la fuerza
pero vosotros a la fuerza nos obligasteis a crear espinas
Tenerle delante a ese único hombre que son que fueron que serán todos
y besarle la frente
y lavarle los pies
y quitarle los pecados y tres cruces en el pecho
y tres cruces en la cara
y tres cruces en la espalda
y ahora vete y cuéntaselo a todos y soltar su mano y darle un empujoncito en la espalda
santiguada
y verle marchar calle abajo con sus pantaloncitos cortos y limpiarme las manos
limpiarme las manos de todos los tíos a los que sin querer he tocado
en el delantal mientras le veo correr calle abajo
que me vejaron desde 1984
y aquel mi primer dolor
y aquella hostia con la mano abierta
en mi rosado
trasero
habrá valido la pena
habrá valido la pena
habrá valido la alegría
que me da haberos imaginado a todos mientras os escribo
dentro de una habitación poniéndoos diapositivas
click
click
click
martes, 21 de noviembre de 2023
Click click click Ana Nirvana
domingo, 19 de noviembre de 2023
La silla de la Victoria
Me gustaría meter todos los paseos que he dado con mi hermana en una misma habitación, los que nos han llevado por el campo o por el centro de Sevilla Torneo el Paseo de la O, los del Barrio Latino, los de.
Me gustaría que los paseos con mi hermana para recoger pizza y ver Juego de Tronos en una noche de la primavera temprana estuvieran a mi disposición, que lo están, o no lo están, porque yo los quiero tocar, yo quiero que la piel de mis piernas desnudas de mi culo en bragas se raspe con el tapizado viejo y un poco roñoso de los sillones de Concha mientras en la televisión suena QCHSSSSSSSSS TIno ninoNIno ninoNIno…
Si metiera todos esos paseos en la habitación donde ahora cagan y comen mis gatos, donde se asoman a la ventana sentados en el alféizar, Concha aparecería por el piso sin avisar. Aparecería pensando que avisa cuando con la llave en la puerta bien abierta y una pata en el zaguán dijera “Soy Concha, entro”, dijera “Soy Concha, entro” cuando en realidad ya estuviera en la cocina mirándonos fregar los platos, o plantada en mitad del salón con su atuendo de zumba contándonos que el profesor se la quiere pinchar.
En ese sitio no reverberarían nuestras voces de tan lleno que estaría, pero a nuestro silencio, al duelo por nuestra abuela, a la verborrea que sube y baja y sube como lo hacen nuestro enfado y nuestra sorpresa, responderían los pájaros de la tarde que atraviesan el arrebol arrullo arrorró mi niña antes de retirarse a dormir. Al ruido crac crac crac de nuestros zapatos sobre la gravilla, mush mush mush sobre el alquitrán nuestros zapatos, responderían los mastines los bodegueros al otro lado de las vallas, los autobuses al otro lado del bordillo, los barcos al otro lado de la orilla.
El techo sería púrpura purpúreo purpurina infinito a lo largo y a lo alto y a lo ancho, un techo puro en el que nada se refleja porque no hay que romperlo, porque mi hermana lo cruzó en avión hace cuatro meses y ahora está no sé dónde porque no sé dónde está Suecia en el mapa pero sé que está más cerca de Papá Noel que yo.
Si mi hermana, ahora que está más cerca, conociera a Papá Noel, yo le diría que me pidiera para Navidad una habitación donde meter todos nuestros paseos cuando en realidad lo que quiero es meter en una habitación a mi hermana y no dejarla salir. Pero entiendo que si a un genio de la lámpara no puedes pedirle que alguien te quiera no puedes pedirle que alguien se muera, a Papá Noel no puedes pedirle que lleve a cabo actuaciones penadas por ilícitas en los artículos 163 a 168 del código penal español: detención ilegal y secuestro.
Como no puedo meter a mi hermana en una habitación, abrir cuando yo quiera, ver esa cara que tiene, qué cara, mi hermana es como yo pero no es como yo para nada, qué cara que tiene que me la como, qué cara que no es como la mía para nada, a mi hermana la meto en la pantalla del móvil que abro cuando quiero y en la foto del grupo de WhatsApp veo su cara. Veo su cara y tecleo, taca taca taca, y hablo con ella como si la tuviera en una habitación encerrada.
Mi hermana está en Suecia porque se atrevió a pintar una silla, y como yo no quiero que me lean los artículos del código penal español en una sala de vistas de la Ciudad de Justicia, a Papá Noel le pediré que me regale una habitación donde pueda meter todos los paseos que he dado con mi hermana, a Papá Noel le pediré que pueda agarrar el pomo de la puerta que la pueda empujar que la pueda abrir y que pueda respirar respirar respirar el aire de la Campiña de todos los paseos que he dado con mi hermana.
viernes, 17 de noviembre de 2023
ENCIERRO MATERNAL
Me gustaría meter a todas mis madres en una misma habitación y echar la llave, pero una llave de siete vueltas como las de los cuentos a ver si por suerte se produce el contagio. Porque tuve entre una y treinta y dos madres tan parecidas como abrumadoramente diferentes.
Las encerraría de manera frontal y sucesiva con dos pedazos de tarta capuchina y dos tazas de té con nubecita de leche, buscando que la lucidez, el amor y la generosidad se desplazaran a través de la conversación como en un ejercicio de vasos comunicantes.
Durante ese arresto domiciliario, bucearía hasta el fondo del mar Báltico donde tengo entendido que está radicada la oficina del Cambio de Biografías Personales.
Conseguiría eliminar sus antecedentes, su guerra, su orfandad, sus carestías y sobre todo la pérdida de amores imborrables.
Para que florecieran para que crecieran en una certeza cósmica.
Para que madres y mamás se fundieran, sin pellizcos, sin bofetadas de mano con sortija.
Después del té se impartirían clases avanzadas de abrazos y fomento de la autoestima infantil.
Madre tomaría apuntes como la aventajada alumna que siempre fue.
Al principio los abrazos quedarían algo torpes como de pingüino, se le colaría un “por mucho que te arregles siempre serás del montón” “ponte pantalón para que no te vean esas piernas tan torcidas” pero hay esperanza, la práctica lo es todo.
En tres o cuatro días, años, o milenios un “como te favorece ese vestido” saldría de su boca con acento angelical.
La esencia de mamá gregaria siempre en marcha buscando lo mejor de cada cual empapelaría la habitación, sin fisuras ni resquicios. Completamente.
Aprendería los nombres de los gatos Telmo, Tirso y Muriel, lo de triste bola de pelo quedaría en el olvido, les dedicaría una caricia, una simple caricia, porque los animales son la sal de la vida, aunque ella por la hipertensión “tú sabes hija mía la sal ni olerla”
Y madre tras decenas de intentos fallidos felicitaría con soltura la lluvia de matrículas de honor y títulos universitarios.
Y encontraría siempre encantador al amor de tu vida, ni bajo, ni gordo, ni alto, ni con voz aflautada, encantador a secas. Y te llevaría al altar y te diría en un susurro que siempre ha estado convencida de que vas a comer perdices el resto de tu vida.
Y celebraría y disfrutaría con la fuerza de tópicos manoseados “Que me quiten lo bailao”, “porque hoy es hoy”, “porque yo lo valgo” y descubriría el placer colosal de un helado, de una película o de un brillante revolcón.
Y pediría más y más pero mucho más.
Si el encierro se prolonga un logopeda impondrá una tabla ejercicios altamente beneficiosos para la tersura de la piel. Un dos tres, Repitan conmigo vocalizando: “Que orgullosa estoy de ti y cuantísimo te quiero”
Y volveríamos a aquella tarde en Paris donde acabábamos las palabras con la e, una y otra vez como en Atrapado en el tiempo. Ella reía sin parar y se restregaba los ojos llenos de lágrimas. Sus carcajadas por el desuso sonaban guturales al principio, pero cogieron brío y hasta el sol terminó asomándose dada la novedad.
Madre comprendería por fin que las cebollas tienen capas y se las quitaría todas como un abrigo en primavera y correríamos descalzas bajo la lluvia.
Sin reproches, sin culpa, felices como si por sorpresa nos acabara de tocar el gordo de navidad.
Madre diva, madre elegante, madre culta, me prepararía un bocadillo de nocilla o de blanco y negro y no frunciría el ceño y sonreiría con sus labios rojos de actriz de los cincuenta.
Y yo la miraría como si el amor no se pudriese, como si todo fuese posible.
Como si tuviese regazo donde acunar.
Y pasarían ciento veinte minutos o catorce años, y un día el cartero, traería una citación como las de Hacienda con sello de la Oficina de Cambio de Biografías Personales.
El sueño se acabó traía fecha de caducidad.
Madre y mamá empezarían con el equipaje, una simple maleta de mano. En el fondo del Mar Báltico escasea la vida social.
Despacio daría las siete vueltas a la cerradura, las abrazaría numerándolas y les entregaría la llave por si en algún momento deciden regresar.
lunes, 13 de noviembre de 2023
martes, 7 de noviembre de 2023
Las verdades, a la cara - Nacho López
«Mira por dónde, ayer Julián también me pidió que me la quitase para chupársela», quiso decir Marisa en voz alta tras la impertinencia que acababa de soltar su marido; pero solo lo pensó. No quería discutir, y además se le quemaban las tostadas. Escuchó el portazo de Antonio y se quedó desayunando sola en la cocina. «Nunca entenderé a la gente que se queda sin comer por echar cuatro polvos al mes», pensó mientras veía deshacerse la mantequilla sobre la tostada recién hecha.
Marisa trabajaba en la única esteticién que había en el pueblo, donde acostumbraban a sacarle brillo a algo más que a las uñas de las clientas. Al fondo, detrás de la cortina que separaba el salón de la trastienda, había un cuartito con una cama, una ducha y una puerta que daba al callejón de atrás, custodiada por un tal Anselmo, al que le daban cuatro duros por controlar quién entraba y quién salía, y por hacerse el loco cuando veía pasar por allí a Germán el Policía. La semana anterior, de hecho, Marisa había tenido que subirle el sueldo:
— Señorita, es la cuarta vez que pasa hoy por aquí Germán. Tengo miedo señorita. Si no me da una moneda más cada día yo me voy a mi casa y esta puerta que se cuide sola — dijo Anselmo.
— Toma la moneda y calla. Y cuando llegue Julián, le dices que llega tarde, que se de prisa, que está Marisa esperándolo con los dientes quitados.
— ¿No le duele cuando se arranca los dientes, señorita?
— No me los arranco, me los quito y me los pongo cuando quiero.
— ¿Y para qué se los quita cuando llega Julián?
— Para comerle la polla, Anselmo. No va a ser para hacerme fotos con él.
Anselmo soltó una carcajada como si le hubiesen contado un chiste buenísimo. Ocultarle el secreto de la trastienda al pobre Anselmo era tan solo cuestión de contarle las verdades a la cara. Como quien, jugando al Mentiroso, dice una mentira tan convencido de sí mismo que el siguiente jugador no se atreve a levantarle las cartas.
***
«Marisa, el día que te mueras, guardaré bien tu dentadura, así podré seguir escuchándote siempre». Antonio amaba a su mujer, pero amaba todavía más su trabajo, sobre todo, por el silencio que reinaba mientras lo desempeñaba. Cada vez que cruzaba la doble puerta metálica de los bajos del tanatorio, había dos cosas que lo impregnaban todo: el silencio y el olor a formol. Ese día salió de casa más temprano, alborotado. No pudo ni tomar el café tranquilo. «Sabes que no me gusta de buena mañana, pero te pediría que me la chuparas solo por verte callar un rato. Es que pareces una radio, Marisa». Él siempre bromeaba con que su mujer estaba mucho más guapa cuando se quitaba la dentadura. Pero no por los morritos que se le quedaban al quitársela, si no porque, por un rato, callaba. Aún así, y a pesar de las bromas, Antonio siempre que podía robaba para Marisa un ramo de flores al salir del trabajo. «Ponte ahí con el ramo y quítate la dentadura, que voy a hacerte una foto.»
Cuando llegó al trabajo ese día, encontró el tanatorio abarrotado. Había fallecido Anselmo Rodríguez. No le conocía personalmente pero sabía perfectamente quién era. Anselmo era una de esas personas que lleva en el pueblo toda la vida. Como la estatua de la plaza, Anselmo era ya parte del mobiliario urbano. Hijo del kiosquero, casi se mató en un accidente de tráfico y quedó un poco tocado, y ahora paseaba por el pueblo pidiendo monedas. Antonio lo del accidente lo sabía porque, en general, el pueblo entero parecía llevar también dentadura postiza, y del mismo fabricante que la de su mujer. Cuando pensaba en ello, Antonio siempre imaginaba en su cabeza una dentadura de juguete, de las que les das cuerda y caminan solas por la mesa. «Deberían quitárselas todos y guardarlas bajo llave. Es que la gente no calla. Todo lo saben, y si no, se lo inventan.»
Antonio supo enseguida la labor tan importante que tenía ese día por delante, dejando a Anselmo presentable para que el pueblo le diese su último adiós. En los pueblos nunca suele pasar nada, y cuando pasa, los protagonistas siempre suelen ser los mismos. Por ende Antonio sabía que ese ser humano seguiría vivo mucho tiempo en el recuerdo de todos. Su nombre seguiría sonando como un eco en la panadería y en la esquina del kiosco (el del padre de Anselmo, ahora regentado por un marroquí. También a la salida del colegio, cuando las madres —con las mochilas de sus hijos apoyadas en el brazo, como quien apoya el abrigo en primavera, cargando con él aun sabiendo que no le va a hacer falta— opinaran, como si les fuese la vida en ello, sobre «la vida tan desgraciada que el pobre llevó desde aquel accidente.»
***
— No vayas a la esteti, acaban de encontrar a Anselmo muerto en la puerta trasera y lo llevan para el tanatorio. La esteti cerrada por orden judicial.
— Madre mía, ¿qué ha pasado? Pobre Anselmito.
— No sé qué coño ha pasado pero a tu marido le espera un día cojonudo. Lo bueno es que tú hoy no curras. Ahora me paso, desayunas, y nos acercamos sin prisa para allá.
— Vale, pero yo ya he desayunado.
— No me has entendido.
— Eres un cerdo gilipollas.
Julián colgó el teléfono y recordó la última conversación que tuvo con Anselmo, justo antes de entrar por la puerta trasera de la esteticien:
— Julián, ayer te vi salir de casa de Angelines. ¿Has probado sus pasteles de boniato? Ayer me bajó dos pasteles a la plaza y estaban tan ricos que por la noche soñé con ellos.
— ¿Pasteles de boniato? Yo pensaba que lo único dulce que había en esa casa era un coño y dos tetas. ¡Coño Anselmo, ahora voy a tener que volver a probar esos pasteles!
Sonrió al recordarlo. Julián se follaba a la mujer de su mejor amigo, y a otras tantas mujeres casadas del pueblo. Volvió a levantar el teléfono y le mandó un mensaje a Antonio, sabiendo que si le llamaba por teléfono no se lo iba a coger:
«Amigo mío, mi mejor amigo, qué poco me gustaría ser tú en un día como hoy. Déjalo guapo, que ahora vamos todos a despedirnos de él. Ahora recojo a Marisa y vamos para allá. Pero antes me la voy a follar. Es broma. Llámame cuando leas esto.»
***
Anselmo hizo bien la siesta ese día, y cuando salió el último hombre por la puerta de atrás de la esteticién, él no tenía nada de sueño, así que decidió seguirle. El hombre delante y Anselmo detrás, como un trenecito, le dieron la vuelta entera al pueblo, haciendo paradas en varios lugares, en los que el hombre iba dejando pequeñas bolsitas transparentes con pastillas de colores. Anselmo había hecho la siesta, pero no había cenado, y las pastillas le parecieron harto apetitosas. Cuando acabaron la ruta, Anselmo debía llevar en el cuerpo unos 50 gramos del éxtasis más puro de toda Extremadura. «Ahora tengo todavía menos sueño y todavía más hambre», pensó.
Pensó eso y muchas cosas más. Su cerebro se encendió como un chispazo de luz. Pensó en los hombres que entraban y salían todos los días por la puerta trasera de la esteticien. Se preguntó por qué debía hacerse el loco cuando Germán pasaba por allí. Y por qué le hacían tanta gracia los chistes que le contaban Julián y Marisa. Empezó a alucinar. Recordó su vida antes del accidente. Recordó el valor del dinero, y lo comparó con lo pobre que era ahora. Recordó que le gustaba salir de fiesta, y se lo pasaba genial con las pastillas de colores. Pensó en Angelines, pero no precisamente en sus pasteles de boniato. Fue como despertar de su letargo.
Gobernado por el éxtasis, quiso volver a la esteticién. Quería romper cosas, tenía ganas de vengarse. Pero su cuerpo estaba a punto de explotar. Al llegar a la puerta trasera, sacó su móvil a duras penas y se vió a sí mismo en el reflejo de la pantalla.
— Que les follen a todos esos hijos de puta. A ver quién les cuida ahora la puerta mientras entran ahí a que se la chupe una sin dientes — dijo. Y se desplomó.
Lolita de Malcocinado
lunes, 6 de noviembre de 2023
SALÓN SHIBUYA
SALÓN SHIBUYA
Siempre has llevado ventaja a los rayos de sol, pero el despertador hoy te sorprende a persiana bajada; a persiana bajada porque te lo estabas pasando muy bien, demasiado bien. Hace un minuto eras dueña de la noche, arquitecta de la fiesta, doctora en excesos, sommelier de química, vedette, diablo, filósofa: lo que tú quieras, pero hace un minuto. “¿Son las once ya?” dice Lola al coger tu teléfono. Se te ha ido completamente. “Tía, se me ha ido, se me ha ido totalmente” dices tú mientras apagas la alarma, que zumba sin parar. Dices, “tengo que ir a hacerme las uñas al curro de Mei, como la deje tirada se va a picar”. También dices, “tendré que bajar un poco esto”, entonces tus amigos te hacen hueco en el sofá y acabas con lo que queda de coca. Lanzas un beso al aire, coges un puñado de chucherías para quitarte el mal sabor de boca, y sales a la calle protegida por la omnisciencia que generan tus gafas de sol. O eso crees.
El salón está cerca, pero empiezas a notar que la calle se está alargando. Cuanto más caminas, más lejos está el salón. Empiezas a notar la boca pastosa, tienes mucha sed. Te sientes desorientada y enciendes el GPS, entonces ves un mensaje de Lola llamándote loca porque nosequé de unas gominolas de THC, pero en ese momento no te da para acordarte de lo que es el THC. De repente, aparece delante tuya, como un espejismo, un cartel fucsia donde se lee “Salón Shibuya”. “Es aquí”, piensas, aliviada. Unas chicas te están mirando, y preguntas por el baño para beber un poco de agua; te dicen que está al final del pasillo, a la izquierda. “Fondo derecha”, piensas tú, con el cerebro igual de espeso que la saliva. El pasillo se dilata como un agujero de gusano, y giras a la derecha, atravesando una cortina turquesa. Esa habitación no es un baño: entras en un recibidor donde hay tres mujeres, una de ellas tendida en una extraña cama. “Ay, ves. Es que la gente está empezando ya a llegar. Por Dios, a ver si llega ya Enrique”, dice una mujer con los pechos abruptamente operados. “Pero mira cómo lleva los ojos de tanto llorar, la pobre criatura. Siéntate aquí con la Yasmina y conmigo” dice otra de ojos azules mientras prende un cigarro con otro cigarro. Añade, “nosotras también queríamos mucho a La Ceci, ¿sabes?”. Entonces reparas que en la habitación sois cuatro mujeres, tres vivas y una muerta. Te cuesta tragar saliva.
Te cuentan que para ellas La Ceci fue primero madame y después mamá, que fue el aval del piso de Yasmina, y a Cata la ayudó a sacarse el grado medio. Entra entonces un hombre de unos setenta años con maletín, lleva un peinado insultante, a lo Santiago Segura. Se queda mirándote a los ojos y dice, “Hola, soy el tanatopractor”. “Enrique, has dicho que te ibas a almorzar hace dos horas” espeta Cata. A ello, Enrique responde que había tardado mucho la brascada. “Que brascada ni que brascada, si hueles a destilado que da vergüenza” sigue Yasmina, “deja a La Ceci guapa de una vez, las chicas van a llegar con las flores y todavía tiene la boca abierta”. Enrique, que mira el cadáver con tristeza, de repente se da la vuelta violentamente, levanta una mano enjuta y temblorosa hacia las chicas, y grita: “¡los dientes no están, cuando me he ido todavía estaban!”. Ahora Enrique te mira a ti, que no sabes dónde estás, y mientras sudas todo lo de la noche anterior, grita: “¡Cabrona! ¿has venido a por los empastes de oro, verdad?” . Va acercándose cada vez más. Empiezas a ver la habitación en ojo de pez mientras grita, “¡Aléjate de mi amor!”. De pronto alguien te desconecta.
Oyes un murmullo, despiertas. Todavía tienes los ojos cerrados, sabes que estás en otra sala. Afinas el oído y oyes a Cata decir: “Animal, eres un animal, ¡si la chavala quisiera algo hubiese cogido las joyas!”. Abres los ojos y lo primero que ves es una enorme lámpara de araña. Las paredes a tu alrededor intentan disimular el gotelé mediante cenefas azul claro con motivos florales. Entre las sábanas de rosas, muebles antiguos pintados con colores pastel, el diván de terciopelo amarillo y cojines naranja con flecos, parece que estés en una habitación temática. Te sientes por un segundo la Bella Durmiente de Vallecas, hasta que vuelves a tener sed. En la mesita de noche hay un vaso con agua, entonces bebes. Algo reluce en el fondo del vaso, entonces escupes y dices “¡Joder!”, mientras sales por la puerta. Gritas, “¡Enrique!” con una dentadura postiza en la mano. Enrique coge la dentadura e inmediatamente rompe a llorar, las chicas intentan consolarlo mientras tú dices que sales a tomar un poco el aire. Al cruzar de nuevo la cortina turquesa, te encuentras con una primavera de mujeres. Esquivando pechos, bolsos, caderas y ramos de flores, consigues salir del pasillo, que ahora parece más corto. Ves a una chica reponiendo un estante con botecitos de acetona, y decides preguntarle por Mei. Te responde que hoy libra. Decides escribirle a Mei para disculparte, y en casa, mientras te lavas los dientes, llega una nota de voz suya a tu móvil: “Estás empanada, la cita la tienes el viernes que viene. Te llamo luego, que estoy de camino a un velatorio.”
EJERCICIO 2. Narrador: segunda persona. Sitio: salón de uñas que es tapadera de un puticlub. Tenía que aparecer un tanatopractor y una dentadura.
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