miércoles, 29 de noviembre de 2023

150 cerebros y 1 corazón

Aquí no huele a nada donde los cumulonimbos nos sobrepasan, donde presagian la tormenta aquí no huele a nada. A nivel freático todo cambia, huele a podredumbre la grasa se vuelve jabón la ropa no se pierde jamás. Niño dónde está tu camisa, con qué roca se fundieron tus huesos, cuántos hombres había en la saca de la mañana en que te llevaron al cerro. Hoy me han mirado unos ojos vacíos desde un agujero a tres metros que se convertirán en seis cuando casi no queden muertos. La memoria no existe en España unagrandeylibre pero araña mi garganta y te quiere encontrar. Con qué grasa o jabón lavó tu hermana su luto perpetuo, contra qué costillar o piedra frotó su llanto hasta que se desgastó. Te digo niño porque tenías diezyocho años te digo niño no sé si cumpliste diezynueve. Te digo niño de cuerpo maltratado de carne trémula al amanecer de una encina que murió en el Mediterráneo, niño que no volvieron a ver. "Chacha, ya me despido, no te voy a escribir más. Mañana me llevan al cerro", ¿dónde te llevaron a enterrar? Quisiera comprar todos los cementerios todas las fosas a tiempo perpetuo. Quisiera comprar toda España pa darte memoria pa darte descanso pa darte olvido. Quisiera que volvieras a casa pa ver la dehesa y pa ver los olivos.

lunes, 27 de noviembre de 2023

POST PARA RECOMENDAR LIBROS / MANTENER EL CONTACTO

 ¡Hola a todos! Como algunos ya sabéis, en diciembre suspenderé hasta nuevo aviso mis clases de Narrativa 1. Para no desligarme del todo de vosotros, y para tener lectura en este tiempo que voy a estar fuera, se me ocurrió que cada uno de nosotros recomendase uno (o varios) libros que les hayan marcado de alguna manera. Podéis poner vuestras recomendaciones en los comentarios de este post.

Empiezo yo: Malaherba, de Manuel Jabois, por cómo fue capaz de transportarme de nuevo a mi infancia y despertar en mi sentimientos que llevaban mucho tiempo dormidos. Lo leí este verano y fue una de las razones por las cuales decidí dar el paso de apuntarme a Narrativa. 

Os dejo también mi teléfono :) 699759510 - Cuando sepáis qué día haréis el encuentro de navidad en Selecta, avisadme! 

Un abrazo a todos,

Nacho.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Relato de Regino Martín "El Palacio está repleto"

 Regino Martín Pérez

Selecta escritura 22/11/2023: Relato con “Me gustaría meter…”

Me gustaría meter todos mis yos en una inmensa y majestuosa sala. Con ventanas altas y abierta al exterior. Un lugar noble, palaciego y solemne. En dónde quepamos todos, sin estar muy apretujados. En la mejor estancia del palacio que yo mismo me he otorgado.

Me gustaría meter a todos mis yos en ese noble lugar, para realizar adecuadamente un besamanos ceremonioso y que me vinieran a presentar sus respetos. Yo les saludaría a todos de manera adecuada a su importancia. A alguno con cariño y respeto, a otros, con distancia y frialdad, la que me otorga la experiencia.

Con aquellos yos a los que desprecio, desde mi yo actual, los tendría bien colocados al final de la sala, observándolos de lejos, con esos ojos arrugados y distantes, pero atentos. Nada de abandonarlos en un sótano frío y oscuro, no. Junto a los demás, pero demostrándoles, que ellos no fueron los predilectos y han sido relegados al oprobio más sincero. Debe recordarse, que lo bueno de toda humillación, es que se debe de hacer en público. La humillación y el castigo tiene una connotación exhibicionista, si no se ve, no existe. Esos yos que no me condujeron a nada bueno, y que fueron abandonados a su suerte, deben de pagar por lo que me hicieron. En este caso, en la recepción que he organizado, los he relegado al último escalón, al de la chusma que suele abarrotar todo acto, aunque no aporte nada.

Aquellos yos más tiernos, más recordados, les otorgaré honores y palabras cariñosas. Si estoy generoso, quizás les cuelgue alguna medalla. O les conceda, en mi serenísima magnanimidad, un título adecuado. “Barón de la adolescencia acomplejada”, “Vizconde de la incipiente juventud confusa”, e incluso algún principado otorgaré, “Príncipe de las discotecas decadentes”.

Todos los yos han sido invitados, se cursó la oportuna convocatoria en sobre lacrado, bien escrito y formalmente remitido. Yo no dejo nada al azar. Todo debe estar bien realizado, bueno soy yo para estas cosas.

Algunos yos serán glorificados y elevados al altar de la consagración. Como dijo el profeta, “sobre ti construiré mi iglesia”. Los elegidos, ellos bien lo saben, están llamados a ser sacralizados en esta ceremonia tan particularmente mía, de edificar catedrales en la nada, o la de construir vaticanos en las nubes.

En este salón Real, mientras el besamanos transcurra, iré recibiendo y saludando a cada uno de ellos. Pero seré riguroso y aplicaré el protocolo adecuado. A unos les daré una grata bienvenida, un caluroso saludo, con afecto. A los que pretendo alejar, solo un movimiento de cabeza, que remarque una afirmación de existencia, pero sin mostrar apenas sentimientos. Ese lejano acto en el cual, mi honorable presencia afirmaría su asistencia y poco más. No vayan a creerse algo que no son y nunca fueron.

Entre los invitados, estarán los yos lejanos, los que me presidieron de forma evanescente y a los que me costó recordar en la convocatoria. Esos yos intrascendentes que interpreté sin sapiencia y sin consciencia. Esos que llegaron sin avisar y se fueron de puntillas, sin dejar rastro. A veces, incluso yo mismo los olvidé, como dice la canción “se me olvidó que te olvidé, a mí que nada se me olvida”.

No faltarán los yos pesados, esos cansinos compañeros de viaje, que por mucho que los expulse del palacio, siguen regresando una y otra vez. A pesar de haber proclamado un “Edicto de expulsión al inframundo”, ellos siguen apareciendo por las estancias reales. Malditos yos, pero inevitables en esta recepción, ya que la democracia tiene estas cosas, todos deben estar presentes, aunque no aporten más que su molesta presencia.

También estarán mis yos absurdos, los que me ridiculizaron y arrastraron por la ignominia, también acudirán. Pomposos ante la inconsciencia de lo que hicieron. Sí, esos yos que son tan abruptos y ridículos, que ni ellos mismos se ven en su naturaleza. Aprovecharé y pasaré cerca de ellos para escupirles kantianamente, con trascendental movimiento de cuello y abrupto lanzamiento salival. Que noten mi rencor, no sea que se confundan y crean que se me olvidó todo el mal que me hicieron.

Aquellos yos sin sentido también están convidados. Esos que me conformaron y que aun no comprendo qué hicieron en mi vida. Esos yos que siempre que los recuerdo, aún me asombro de haberlos tenido. ¿Cómo pudo ser mi yo? Exclamo con teatralidad impostada, solo exagerada por mi yo actual, enemigo acérrimo de ese yo despreciado, pero que desconoce su futuro.

También irán esos yos que hablan de sí mismo en tercera persona. Esos yos que siguen mirándose al espejo mientras se hablan con magnánima exquisitez, con distancia y en tono frívolo. Esos yos que se aplican el “nos mayestático” que tanto les gusta. Son esos que se creyeron importantes y trascendentes, pero apenas reinaron, su gloria se esfumó en apenas un suspiro. En el reino del Yo, el trono tiene una alta rotación, y los príncipes son asesinados a manos de sus hermanos y primos. William Shakespeare no sería capaz de imaginar la cantidad de asesinatos que se perpetran en este reino. Ni Bruto en sus mejores momentos, lograría tanta sangre derramada a las puertas del senado.

Solo pediré un ruego, que el próximo yo que sea condenado al olvido, siga vivo y no sea asesinado en uno de los pasillos de palacio. No me gusta la sangre sobre los mármoles, dan mala impresión y los invitados se quejan. Mientras leo mis escritos, rezo que ninguno de mis enemigos, mis yos despechados y rencorosos, desee acabar con mi existencia en cualquier momento. Darle la espalda a un yo humillado, trae malas consecuencias. No pediré cicuta, ni llenaré mi bañera de láudano. Quiero morir de viejo, pero el palacio está lleno de enemigos y el frio preside todas las salas.

Texto de Ana

 Me gustaría meter en una habitación a todos los hombres,

a todos los hombres que me han vejado en una habitación desde 1984

porque el primero que lo hizo estaba en la sala de parto

de espanto ante mi primer dolor

aquella hostia a mano abierta en mi rosado

trasero

Me gustaría haberlos convocado, tentado

quizás hasta asustado

con una invitación

en un sobre rosa y dulce como los que coleccionaba intercambiaba

en el patio

en el que muchos hombres que aún eran niños

debajo del árbol al lado de las porterías

pásala, chuta y gol, gooooooooool del niño más alto.

Al que por supuesto he invitado y celebraba tirando de mis trenzas

y celebraba tirando de mi mano y celebraba

tirando de mi falda chuta y gol

Chupa y gol


Me gustaría cerrar con alambrada esa puerta

todo a oscuras oscuras oscuras

y que el eco de sus murmullos

me meciera me abrazase me diera risa

Y encender la luz

sus ojos entornados adaptándose a ella

mientras grito sorpresa

presa

presa fui vuestra

cuando aún no sabía correr

Y que cayeran guirnaldas sobre sus caras

y que cayeran guirnaldas sobre su pelo

sobre sus manos torpes de animales que clamaban al cielo

en celo

que su instinto atrofiado era más fuerte que ellos

Les invitaría a sentarse a todos en el suelo

en corro de la patata

comeremos ensalada que tú fuiste el primero

apareciste después tú aunque te dije que no quiero

con tu brazo que ahora lavo, me cerrastes el paso

te parecerás a este otro

qué te he dicho que no quiero

que vino luego.

Los dos cortando mi paso mi respiración con estos brazos que ahora os lavo

sobre mi pecho

Apagaría otra vez las luces pidiendo silencio

no es para asustaros esperad es solo un momento

Sacaría el proyector y les pondría diapositivas

click click click

Esto es lo que tu me hacías


Y click click click

como podéis observar vuestra estratégia tan original

no era

tan me lo merezco por guarra, por hablar, por callar, por lista

no era

tan entonces por qué has llegado hasta aquí

no era


Les preguntaría por sus madres mientras sirvo la merienda

mientras sirvo con mis clases de maestra

que cómo las han tratado a ellas

porque si consiguiera hacerles entender

qué entendáis

qué lo entendáis hostia de una vez joder porfavor que se os meta en la cabeza

estaré salvandonos a todas

a todas

a todas las que fueron somos seréis

Porque si

os sirvo

té caliente y os los ofrezco de mis propias manos

me quemo

me quemará siempre por más tiempo que pase

lo que para vosotros es un segundo para nosotras

una vida entera una muerte en vida entera

a base de curas,

(que a mí menos mal que ellos no, lo que me faltaba)

a base de curas con otras mujeres

con ponerse la capucha como caperucita

para pasar de largo entre los coches como una pantera

desapercibida

a base de curas de leer a Virgin

Despentes

quiero una ovación después de cada nombre

a base de curas de leer a Valerie

Solanas

Oooe

a base de curas de leer a Maria

LLopis

Oooe

a base de leer los whatssap de mi amiga cuando ha llegado a casa

- ya has llegado?

-Sí emoticono de corazón morado

Oeee

cuando ha llegado a casa

sana y salva, sanas y salvas al cielo y otra salva al cielo gracias a dios en nuestro honor


Me gustaría que se bebieran el té sin miedo


no como nosotras las copas despistadas en la barra

pero que despistada eres pero como se te ocurre

en la barra

Yo entiendo a Valerie

Solanas

Oooe

pero no les pediría como ella escribe

desde su grieta desde su lugar relegado del mundo

por pobre por loca por tener una pistola

que

para obtener una sociedad sana el macho debiera trotar obedientemente detrás de la mujer

No, no os lo pediría

que yo no quiero que trotéis que yo quiero que nos tratéis

con educación

dignidad

con respeto con

que yo sé que a vosotros les diría

os han hecho daño de pequeños les diría

no os dejaron llorar de pequeños pero ya eres un hombre o qué les diría

qué no me seas maricon os decían

que yo ya sé que a ti tu padre te pegaba o te llevaba de putas


Les pondría por parejas de la mano que se dieran la mano

otra piel que no sea la de una mujer que no quiere

que la toquen que no quiere que la obliguen que no quiere le digan:

yo te lo explico que tú no lo has entendido

Yo me iría mientras me iría a un altillo preparado para la ocasión

y así tendrían su intimidad

como nos enseñó Virginia

Wolf

Oeee

a todos las que la hemos leído

que es precisa

que es preciso tener una habitación propia para que la verdad salga a la luz

como esta

Y les dejaría

solos

solos ante ellos mismos que son el mismo

solos

para que se contasen porqué tanto dolor

porque tantos años de someter de quemar tierras de conquistar y montar a caballo

de masacrar, torturar e imponer leyes absurdas

de quemar en la hoguera y de negar saberes

de abolir derechos y clítoris

Y le daría al botón y pulsaría la tecla

y se movería

despacio

el engranaje

las paredes se moverían despacio y el cuarto


la habitación

la habitación propia

iría menguando y mengua que te mengua

hasta que sus cuerpos se fueran oprimiendo

oprimiendo pero que no les duela

oprimiendo hasta que toda esa masa de hombres que me han te han nos han vejado

desde 1984 diez cien mil años antes de mi primer dolor

se convirtiera en un solo

solo en uno

en un solo cuerpo de un hombre

Adán,

Saturno,

Manuel.

Porque si yo pudiera tenerle

tenerte

a él

delante

En esa habitación cerrada con alambrada

que yo no quería que yo cuando nací no quería alambrada

que yo nací pura

una rosa

pero vosotros a la fuerza

pero vosotros a la fuerza nos obligasteis a crear espinas

Tenerle delante a ese único hombre que son que fueron que serán todos

y besarle la frente

y lavarle los pies

y quitarle los pecados y tres cruces en el pecho

y tres cruces en la cara

y tres cruces en la espalda

y ahora vete y cuéntaselo a todos y soltar su mano y darle un empujoncito en la espalda

santiguada

y verle marchar calle abajo con sus pantaloncitos cortos y limpiarme las manos

limpiarme las manos de todos los tíos a los que sin querer he tocado

en el delantal mientras le veo correr calle abajo

que me vejaron desde 1984

y aquel mi primer dolor

y aquella hostia con la mano abierta

en mi rosado

trasero

habrá valido la pena

habrá valido la pena

habrá valido la alegría

que me da haberos imaginado a todos mientras os escribo

dentro de una habitación poniéndoos diapositivas

click

click

click

martes, 21 de noviembre de 2023

Click click click Ana Nirvana

No se porque al copiar mi texto aquó me desmonta el formanto y se crea un mejunje del horror. Así que te lo paso por mail Bárbara

domingo, 19 de noviembre de 2023

La silla de la Victoria


Me gustaría meter todos los paseos que he dado con mi hermana en una misma habitación, los que nos han llevado por el campo o por el centro de Sevilla Torneo el Paseo de la O, los del Barrio Latino, los de.

Me gustaría que los paseos con mi hermana para recoger pizza y ver Juego de Tronos en una noche de la primavera temprana estuvieran a mi disposición, que lo están, o no lo están, porque yo los quiero tocar, yo quiero que la piel de mis piernas desnudas de mi culo en bragas se raspe con el tapizado viejo y un poco roñoso de los sillones de Concha mientras en la televisión suena QCHSSSSSSSSS TIno ninoNIno ninoNIno…

Si metiera todos esos paseos en la habitación donde ahora cagan y comen mis gatos, donde se asoman a la ventana sentados en el alféizar, Concha aparecería por el piso sin avisar. Aparecería pensando que avisa cuando con la llave en la puerta bien abierta y una pata en el zaguán dijera “Soy Concha, entro”, dijera “Soy Concha, entro” cuando en realidad ya estuviera en la cocina mirándonos fregar los platos, o plantada en mitad del salón con su atuendo de zumba contándonos que el profesor se la quiere pinchar.

En ese sitio no reverberarían nuestras voces de tan lleno que estaría, pero a nuestro silencio, al duelo por nuestra abuela, a la verborrea que sube y baja y sube como lo hacen nuestro enfado y nuestra sorpresa, responderían los pájaros de la tarde que atraviesan el arrebol arrullo arrorró mi niña antes de retirarse a dormir. Al ruido crac crac crac de nuestros zapatos sobre la gravilla, mush mush mush sobre el alquitrán nuestros zapatos, responderían los mastines los bodegueros al otro lado de las vallas, los autobuses al otro lado del bordillo, los barcos al otro lado de la orilla.

El techo sería púrpura purpúreo purpurina infinito a lo largo y a lo alto y a lo ancho, un techo puro en el que nada se refleja porque no hay que romperlo, porque mi hermana lo cruzó en avión hace cuatro meses y ahora está no sé dónde porque no sé dónde está Suecia en el mapa pero sé que está más cerca de Papá Noel que yo.

Si mi hermana, ahora que está más cerca, conociera a Papá Noel, yo le diría que me pidiera para Navidad una habitación donde meter todos nuestros paseos cuando en realidad lo que quiero es meter en una habitación a mi hermana y no dejarla salir. Pero entiendo que si a un genio de la lámpara no puedes pedirle que alguien te quiera no puedes pedirle que alguien se muera, a Papá Noel no puedes pedirle que lleve a cabo actuaciones penadas por ilícitas en los artículos 163 a 168 del código penal español: detención ilegal y secuestro.

Como no puedo meter a mi hermana en una habitación, abrir cuando yo quiera, ver esa cara que tiene, qué cara, mi hermana es como yo pero no es como yo para nada, qué cara que tiene que me la como, qué cara que no es como la mía para nada, a mi hermana la meto en la pantalla del móvil que abro cuando quiero y en la foto del grupo de WhatsApp veo su cara. Veo su cara y tecleo, taca taca taca, y hablo con ella como si la tuviera en una habitación encerrada.

Mi hermana está en Suecia porque se atrevió a pintar una silla, y como yo no quiero que me lean los artículos del código penal español en una sala de vistas de la Ciudad de Justicia, a Papá Noel le pediré que me regale una habitación donde pueda meter todos los paseos que he dado con mi hermana, a Papá Noel le pediré que pueda agarrar el pomo de la puerta que la pueda empujar que la pueda abrir y que pueda respirar respirar respirar el aire de la Campiña de todos los paseos que he dado con mi hermana.


viernes, 17 de noviembre de 2023

ENCIERRO MATERNAL

 

Me gustaría meter a todas mis madres en una misma habitación y echar la llave, pero una llave de siete vueltas como las de los cuentos a ver si por suerte se produce el contagio. Porque tuve entre una y treinta y dos madres tan parecidas como abrumadoramente diferentes.

Las encerraría de manera frontal y sucesiva con dos pedazos de tarta capuchina y dos tazas de té con nubecita de leche, buscando que la lucidez, el amor y la generosidad se desplazaran a través de la conversación como en un ejercicio de vasos comunicantes.

Durante ese arresto domiciliario, bucearía hasta el fondo del mar Báltico donde tengo entendido que está radicada la oficina del Cambio de Biografías Personales.

Conseguiría eliminar sus antecedentes, su guerra, su orfandad, sus carestías y sobre todo la pérdida de amores imborrables.

Para que florecieran para que crecieran en una certeza cósmica.

Para que madres y mamás se fundieran, sin pellizcos, sin bofetadas de mano con sortija.

Después del té se impartirían clases avanzadas de abrazos y fomento de la autoestima infantil.

Madre tomaría apuntes como la aventajada alumna que siempre fue.

Al principio los abrazos quedarían algo torpes como de pingüino, se le colaría un “por mucho que te arregles siempre serás del montón” “ponte pantalón para que no te vean esas piernas tan torcidas” pero hay esperanza, la práctica lo es todo.

En tres o cuatro días, años, o milenios un “como te favorece ese vestido” saldría de su boca con acento angelical.

La esencia de mamá gregaria siempre en marcha buscando lo mejor de cada cual empapelaría la habitación, sin fisuras ni resquicios. Completamente.

Aprendería los nombres de los gatos Telmo, Tirso y Muriel, lo de triste bola de pelo quedaría en el olvido, les dedicaría una caricia, una simple caricia, porque los animales son la sal de la vida, aunque ella por la hipertensión “tú sabes hija mía la sal ni olerla”

Y madre tras decenas de intentos fallidos felicitaría con soltura la lluvia de matrículas de honor y títulos universitarios.

Y encontraría siempre encantador al amor de tu vida, ni bajo, ni gordo, ni alto, ni con voz aflautada, encantador a secas. Y te llevaría al altar y te diría en un susurro que siempre ha estado convencida de que vas a comer perdices el resto de tu vida.

Y celebraría y disfrutaría con la fuerza de tópicos manoseados “Que me quiten lo bailao”, “porque hoy es hoy”, “porque yo lo valgo” y descubriría el placer colosal de un helado, de una película o de un brillante revolcón.

Y pediría más y más pero mucho más.

Si el encierro se prolonga un logopeda impondrá una tabla ejercicios altamente beneficiosos para la tersura de la piel. Un dos tres, Repitan conmigo vocalizando: “Que orgullosa estoy de ti y cuantísimo te quiero”

Y volveríamos a aquella tarde en Paris donde acabábamos las palabras con la e, una y otra vez como en Atrapado en el tiempo. Ella reía sin parar y se restregaba los ojos llenos de lágrimas. Sus carcajadas por el desuso sonaban guturales al principio, pero cogieron brío y hasta el sol terminó asomándose dada la novedad.

Madre comprendería por fin que las cebollas tienen capas y se las quitaría todas como un abrigo en primavera y correríamos descalzas bajo la lluvia.

Sin reproches, sin culpa, felices como si por sorpresa nos acabara de tocar el gordo de navidad.

Madre diva, madre elegante, madre culta, me prepararía un bocadillo de nocilla o de blanco y negro y no frunciría el ceño y sonreiría con sus labios rojos de actriz de los cincuenta.

Y yo la miraría como si el amor no se pudriese, como si todo fuese posible.

Como si tuviese regazo donde acunar.

Y pasarían ciento veinte minutos o catorce años, y un día el cartero, traería una citación como las de Hacienda con sello de la Oficina de Cambio de Biografías Personales.

El sueño se acabó traía fecha de caducidad.

Madre y mamá empezarían con el equipaje, una simple maleta de mano. En el fondo del Mar Báltico escasea la vida social.

Despacio daría las siete vueltas a la cerradura, las abrazaría  numerándolas y les entregaría la llave por si en algún momento deciden regresar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 7 de noviembre de 2023

Las verdades, a la cara - Nacho López

 «Mira por dónde, ayer Julián también me pidió que me la quitase para chupársela», quiso decir Marisa en voz alta tras la impertinencia que acababa de soltar su marido; pero solo lo pensó. No quería discutir, y además se le quemaban las tostadas. Escuchó el portazo de Antonio y se quedó desayunando sola en la cocina. «Nunca entenderé a la gente que se queda sin comer por echar cuatro polvos al mes», pensó mientras veía deshacerse la mantequilla sobre la tostada recién hecha.


Marisa trabajaba en la única esteticién que había en el pueblo, donde acostumbraban a sacarle brillo a algo más que a las uñas de las clientas. Al fondo, detrás de la cortina que separaba el salón de la trastienda, había un cuartito con una cama, una ducha y una puerta que daba al callejón de atrás, custodiada por un tal Anselmo, al que le daban cuatro duros por controlar quién entraba y quién salía, y por hacerse el loco cuando veía pasar por allí a Germán el Policía. La semana anterior, de hecho, Marisa había tenido que subirle el sueldo:

— Señorita, es la cuarta vez que pasa hoy por aquí Germán. Tengo miedo señorita. Si no me da una moneda más cada día yo me voy a mi casa y esta puerta que se cuide sola — dijo Anselmo.

— Toma la moneda y calla. Y cuando llegue Julián, le dices que llega tarde, que se de prisa, que está Marisa esperándolo con los dientes quitados.

— ¿No le duele cuando se arranca los dientes, señorita?

— No me los arranco, me los quito y me los pongo cuando quiero.

— ¿Y para qué se los quita cuando llega Julián?

— Para comerle la polla, Anselmo. No va a ser para hacerme fotos con él.

Anselmo soltó una carcajada como si le hubiesen contado un chiste buenísimo. Ocultarle el secreto de la trastienda al pobre Anselmo era tan solo cuestión de contarle las verdades a la cara.  Como quien, jugando al Mentiroso, dice una mentira tan convencido de sí mismo que el siguiente jugador no se atreve a levantarle las cartas.



***


«Marisa, el día que te mueras, guardaré bien tu dentadura, así podré seguir escuchándote siempre». Antonio amaba a su mujer, pero amaba todavía más su trabajo, sobre todo, por el silencio que reinaba mientras lo desempeñaba. Cada vez que cruzaba la doble puerta metálica de los bajos del tanatorio, había dos cosas que lo impregnaban todo: el silencio y el olor a formol. Ese día salió de casa más temprano, alborotado. No pudo ni tomar el café tranquilo. «Sabes que no me gusta de buena mañana, pero te pediría que me la chuparas solo por verte callar un rato. Es que pareces una radio, Marisa». Él siempre bromeaba con que su mujer estaba mucho más guapa cuando se quitaba la dentadura. Pero no por los morritos que se le quedaban al quitársela, si no porque, por un rato, callaba. Aún así, y a pesar de las bromas, Antonio siempre que podía robaba para Marisa un ramo de flores al salir del trabajo. «Ponte ahí con el ramo y quítate la dentadura, que voy a hacerte una foto.»


Cuando llegó al trabajo ese día, encontró el tanatorio abarrotado. Había fallecido Anselmo Rodríguez. No le conocía personalmente pero sabía perfectamente quién era. Anselmo era una de esas personas que lleva en el pueblo toda la vida. Como la estatua de la plaza, Anselmo era ya parte del mobiliario urbano. Hijo del kiosquero, casi se mató en un accidente de tráfico y quedó un poco tocado, y ahora paseaba por el pueblo pidiendo monedas. Antonio lo del accidente lo sabía porque, en general, el pueblo entero parecía llevar también dentadura postiza, y del mismo fabricante que la de su mujer. Cuando pensaba en ello, Antonio siempre imaginaba en su cabeza una dentadura de juguete, de las que les das cuerda y caminan solas por la mesa. «Deberían quitárselas todos y guardarlas bajo llave. Es que la gente no calla. Todo lo saben, y si no, se lo inventan.» 


Antonio supo enseguida la labor tan importante que tenía ese día por delante, dejando a Anselmo presentable para que el pueblo le diese su último adiós. En los pueblos nunca suele pasar nada, y cuando pasa, los protagonistas siempre suelen ser los mismos. Por ende Antonio sabía que ese ser humano seguiría vivo mucho tiempo en el recuerdo de todos. Su nombre seguiría sonando como un eco en la panadería y en la esquina del kiosco (el del padre de Anselmo, ahora regentado por un marroquí. También a la salida del colegio, cuando las madres —con las mochilas de sus hijos apoyadas en el brazo, como quien apoya el abrigo en primavera, cargando con él aun sabiendo que no le va a hacer falta— opinaran, como si les fuese la vida en ello, sobre «la vida tan desgraciada que el pobre llevó desde aquel accidente.»



***


— No vayas a la esteti, acaban de encontrar a Anselmo muerto en la puerta trasera y lo llevan para el tanatorio. La esteti cerrada por orden judicial. 

— Madre mía, ¿qué ha pasado? Pobre Anselmito.

— No sé qué coño ha pasado pero a tu marido le espera un día cojonudo. Lo bueno es que tú hoy no curras. Ahora me paso, desayunas, y nos acercamos sin prisa para allá.

— Vale, pero yo ya he desayunado.

— No me has entendido.

— Eres un cerdo gilipollas.

Julián colgó el teléfono y recordó la última conversación que tuvo con Anselmo, justo antes de entrar por la puerta trasera de la esteticien:

— Julián, ayer te vi salir de casa de Angelines. ¿Has probado sus pasteles de boniato? Ayer me bajó dos pasteles a la plaza y estaban tan ricos que por la noche soñé con ellos.

— ¿Pasteles de boniato? Yo pensaba que lo único dulce que había en esa casa era un coño y dos tetas. ¡Coño Anselmo, ahora voy a tener que volver a probar esos pasteles!

Sonrió al recordarlo. Julián se follaba a la mujer de su mejor amigo, y a otras tantas mujeres casadas del pueblo. Volvió a levantar el teléfono y le mandó un mensaje a Antonio, sabiendo que si le llamaba por teléfono no se lo iba a coger:

«Amigo mío, mi mejor amigo, qué poco me gustaría ser tú en un día como hoy. Déjalo guapo, que ahora vamos todos a despedirnos de él. Ahora recojo a Marisa y vamos para allá. Pero antes me la voy a follar. Es broma. Llámame cuando leas esto.» 



***


Anselmo hizo bien la siesta ese día, y cuando salió el último hombre por la puerta de atrás de la esteticién, él no tenía nada de sueño, así que decidió seguirle. El hombre delante y Anselmo detrás, como un trenecito, le dieron la vuelta entera al pueblo, haciendo paradas en varios lugares, en los que el hombre iba dejando pequeñas bolsitas transparentes con pastillas de colores. Anselmo había hecho la siesta, pero no había cenado, y las pastillas le parecieron harto apetitosas. Cuando acabaron la ruta, Anselmo debía llevar en el cuerpo unos 50 gramos del éxtasis más puro de toda Extremadura. «Ahora tengo todavía menos sueño y todavía más hambre», pensó. 


Pensó eso y muchas cosas más. Su cerebro se encendió como un chispazo de luz. Pensó en los hombres que entraban y salían todos los días por la puerta trasera de la esteticien. Se preguntó por qué debía hacerse el loco cuando Germán pasaba por allí. Y por qué le hacían tanta gracia los chistes que le contaban Julián y Marisa. Empezó a alucinar. Recordó su vida antes del accidente. Recordó el valor del dinero, y lo comparó con lo pobre que era ahora. Recordó que le gustaba salir de fiesta, y se lo pasaba genial con las pastillas de colores. Pensó en Angelines, pero no precisamente en sus pasteles de boniato. Fue como despertar de su letargo. 


Gobernado por el éxtasis, quiso volver a la esteticién. Quería romper cosas, tenía ganas de vengarse. Pero su cuerpo estaba a punto de explotar. Al llegar a la puerta trasera, sacó su móvil a duras penas y se vió a sí mismo en el reflejo de la pantalla. 

— Que les follen a todos esos hijos de puta. A ver quién les cuida ahora la puerta mientras entran ahí a que se la chupe una sin dientes — dijo. Y se desplomó.


Lolita de Malcocinado


Los muertos nos cuentan cosas. Parecía que esa afirmación saliera por la boca de la manicurista unas cuantas veces al día, irónicamente acompañada del aliento dulzón que le regalaba el consumo incesante de chicles de sandía. Claudia torció el gesto sin disimulo. A cada minuto que pasaba, a la joven le costaba más y más atender a los requerimientos de la señora estrafalaria que le limaba las uñas.

Ay hija, estate quietecita, anda. Si al final todo será hacerse, digo yo, pero esto de que te me muevas tanto… Yo estoy acostumbrada a la quietud pasmosa, entonces, hazme el favor, quédate así como estás ahora, que estás muy bien. 

Ciertamente, Blanquita estaba habituada a otro tipo de público. Solo llevaba seis meses en el centro de estética, con clientas que chistaban cuando ella apretaba demasiado la carne por accidente. Seis meses no era nada, se repetía a sí misma constantemente. Seis meses no era nada convertido en un mantra. Qué eran seis meses, nada, nada, sobre todo comparados con los veintidós años que había estado ella en el tanatorio de Malcocinado lavando, maquillando, amortajando, despidiéndose de fallecidos que no eran los suyos, acuñando una pena sin nombre ni rostro que se sacudía de encima cada mañana con los restos del champú seco del Mercadona. Hacía seis meses, sin embargo, esos veintidós años tampoco debieron parecerle mucho a la nueva gerencia de la funeraria, que trasladó desde la capital a su equipo altísimamente formado con cursos y posgrados deshaciéndose de Blanquita, que todo había aprendido a hacerlo sin necesidad de título alguno. Entonces, en su cincuentena, a la tanatopractora solo le abrió los brazos su prima, la peluquera, que le ofreció un puesto en su negocio.

Niña, te suda mucho la mano, relájate un poco. Claudia suspiró y rotó las escápulas hacia atrás. Blanquita parloteaba sin parar, decía cosas y cosas, y más cosas a las que ella no terminaba de prestarle atención. Solo la escuchaba realmente cuando su tono de voz se tornaba autoritario para dar alguna de sus órdenes. Por lo demás, la universitaria no perdía detalle de los movimientos y las intenciones de la manicurista. Tenía su atención ahora obsesivamente fijada en un alicatito de acero brillante que acababa de aparecer de una suerte de lavavajillas, y cuyo cometido no era capaz de prever. Cuando Blanquita le cortó el primer trozo de cutícula, Claudia siseó enseñando los dientes, más por la impresión de lo desconocido que por cualquier tipo de dolor.

Blanquita soltó una carcajada. ¡Ay, hija! ¡No seas exagerada! Es la primera vez que vienes, ¿verdad? El mohín de Claudia le despertó ternura. Qué dentadura tan bonita tienes. Ahora todas las chiquillas tenéis los dientes blanquísimos y colocadísimos, con esto de los aparatos. En mi época no se estilaba tanto, mira, mira yo cómo tengo esto de apiñado. Me acuerdo de la primera vez que me di cuenta, aunque anda que no hace años ya. Llevaba igual yo cinco años en el tanatorio, y me entró una muchacha que yo creo que rondaría la edad que tienes tú ahora. Claudia se convirtió en el público más atento que Blanquita pudiera desear. La familia estaba descompuesta, claro, imagínate. Me pidieron que la embalsamara, porque querían hacerle un velatorio a ataúd abierto. La pobrecita mía estaba celebrando el final del verano con los amigos, pero tuvo un mal resbalón en la piscina y se quedó en ese golpe, una cosa… Me llegó del hospital tieeeesa tiesa tiesa, no había manera de moverla. Yo tenía algo que siempre que lo hacía, me funcionaba. No he querido nunca buscarle una explicación, pero cuando la gente me llegaba así, fíjate, que yo empezaba a hablarles con mucho cariño. Me aprendía su nombre, les pedía permiso para tocarles aquí o allá, les explicaba que tenía que lavarlos y todo el resto de cosas que me tocara hacer ese día. Y entonces ellos ya se dejaban hacer. Se destensaban, se volvían manejables, parecía que ahí ya estuvieran más tranquilitos y en paz. Al final piensa que qué sitio más extraño, ¿no? Entiendo yo que para la gente que no está acostumbrada, pues esa camilla de metal frío, esos instrumentos, que una desconocida te toque en todos los sitios que te había tocado antes la gente que te quiere, y en los que no te había tocado nadie... Digo yo que lo mínimo es presentarse y trabajar con mucho cuidado y respeto. Claudia había dejado de prestar atención a las maniobras de Blanquita que, mientras hablaba, seguía trabajando con un detallismo pasmoso. A ninguna de las dos le importaban las pequeñas perlas carmesí que a veces brotaban de los bordes de las uñas de la universitaria; el dolor y el pudor habían dejado de existir para ambas. Esta muchacha se llamaba María Dolores, pero yo le vi más carita de Lola. A Lola me acuerdo de que, mientras la preparaba, le contaba que toda su familia estaba muy orgullosa de ella. Que la esperaban fuera con mucho amor y mucha alegría, que siempre habían sabido que se convertiría en muy buena periodista, y estaban contentísimos de que apenas quedara una semana para su graduación. Le dije, Lolita, porque así la llamaba su abuela, Lolita, te voy a poner el vestido que habías elegido para graduarte, que me lo ha traído tu madre. Y me ha dicho que te ponga el pintalabios burdeos que tanto te gusta, aunque no sea muy veraniego, porque tú te mereces solo lo más bonito, y con ese pintalabios estás primorosa. Cuando le estaba pintando los labios es cuando le vi esos dientes tan ordenaditos, parecidos a los tuyos. Yo a la chiquilla nunca la había visto sonreír, ni tan siquiera en fotos, pero mira, le dije que tenía una sonrisa preciosa. A esta altura de la historia, Claudia se había desinflado. Contenía la respiración y el llanto, los ojos le escocían, le temblaba la barbilla. La imagen que tenía de Blanquita, hasta entonces similar a la de un peluche viejo y despeinado, se había suavizado paulatinamente, y la señora le empezó a recordar un poco a su tía. Lolita estaba como una rosa cuando acabamos. Yo creo, hija, que estaba hasta contenta, de alguna manera. Y no veas la que se formó en el tanatorio, creo que ni su familia se lo esperaba. Cuando salí a recibirles eran un manojito de nervios y lloros. Estaban ellos solos en el salón, los padres, la hermana y las abuelas. Pero por la puerta de cristal se veía una marabunta de gente que ni sé decirte dónde acababa. Resulta que, además de medio pueblo, claro, vinieron todos los amigos de la facultad de la chiquilla, todos con sus trajes de graduación ataviados. Al final ya sabes cómo son los hombres de aburridos para vestir, todos siempre con traje azul marino, o negro, si alguno se atreve se va al marrón... Pero las muchachas venían con unos vestidos de colores que convirtieron el tanatorio en una fiesta. Le pidieron permiso a la madre de Lola para ponerle la bandita esa que usáis cuando os termináis la carrera, y fue lo último que le coloqué yo con mucho cuidado. No había visto nunca tanta flor junta en esa sala, ni recuerdo haber llorado tanto con otro de mis muertos, la verdad.

Blanquita y Claudia se miraron a los ojos por primera vez, las dos con la mirada vidriosa. Se regalaron unas sonrisas tímidas y afectadas, las manos de una sobre las de la otra, antes de que la manicurista volviera a echar a hablar. Bueno, dime, niña, ¿qué color vas a querer que te ponga?

Píntame las uñas burdeos, que la semana que viene me gradúo.


------------------------------------

Hola chicas! Os dejo mi segunda tarea para la clase práctica. Relato con narrador omnisciente a partir de los elementos salón de uñas, tanatopraxia y dentadura.


lunes, 6 de noviembre de 2023

SALÓN SHIBUYA

 SALÓN SHIBUYA



Siempre has llevado ventaja a los rayos de sol, pero el despertador hoy te sorprende a persiana bajada; a persiana bajada porque te lo estabas pasando muy bien, demasiado bien. Hace un minuto eras dueña de la noche, arquitecta de la fiesta, doctora en excesos, sommelier de química, vedette, diablo, filósofa: lo que tú quieras, pero hace un minuto. “¿Son las once ya?” dice Lola al coger tu teléfono.  Se te ha ido completamente. “Tía, se me ha ido, se me ha ido totalmente” dices tú mientras apagas la alarma, que zumba sin parar. Dices, “tengo que ir a hacerme las uñas al curro de Mei, como la deje tirada se va a picar”. También dices, “tendré que bajar un poco esto”, entonces tus amigos te hacen hueco en el sofá y acabas con lo que queda de coca. Lanzas un beso al aire, coges un puñado de chucherías para quitarte el mal sabor de boca, y sales a la calle protegida por la omnisciencia que generan tus gafas de sol. O eso crees. 


El salón está cerca, pero empiezas a notar que la calle se está alargando. Cuanto más caminas, más lejos está el salón. Empiezas a notar la boca pastosa, tienes mucha sed. Te sientes desorientada y enciendes el GPS, entonces ves un mensaje de Lola llamándote loca porque nosequé de unas gominolas de THC, pero en ese momento no te da para acordarte de lo que es el THC. De repente, aparece delante tuya, como un espejismo, un cartel fucsia donde se lee “Salón Shibuya”. “Es aquí”, piensas, aliviada. Unas chicas te están mirando, y preguntas por el baño para beber un poco de agua; te dicen que está al final del pasillo, a la izquierda. “Fondo derecha”, piensas tú, con el cerebro igual de espeso que la saliva. El pasillo se dilata como un agujero de gusano, y giras a la derecha, atravesando una cortina turquesa. Esa habitación no es un baño: entras en un recibidor donde hay tres mujeres, una de ellas tendida en una extraña cama. “Ay, ves. Es que la gente está empezando ya a llegar. Por Dios, a ver si llega ya Enrique”, dice una mujer con los pechos abruptamente operados. “Pero mira cómo lleva los ojos de tanto llorar, la pobre criatura. Siéntate aquí con la Yasmina y conmigo” dice otra de ojos azules mientras prende un cigarro con otro cigarro. Añade, “nosotras también queríamos mucho a La Ceci, ¿sabes?”. Entonces reparas que en la habitación sois cuatro mujeres, tres vivas y una muerta. Te cuesta tragar saliva. 


Te cuentan que para ellas La Ceci fue primero madame y después mamá, que fue el aval del piso de Yasmina, y a Cata la ayudó a sacarse el grado medio. Entra entonces un hombre de unos setenta años con maletín, lleva un peinado insultante, a lo Santiago Segura. Se queda mirándote a los ojos y dice, “Hola, soy el tanatopractor”. “Enrique, has dicho que te ibas a almorzar hace dos horas” espeta Cata. A ello, Enrique responde que había tardado mucho la brascada. “Que brascada ni que brascada, si hueles a destilado que da vergüenza” sigue Yasmina, “deja a La Ceci guapa de una vez, las chicas van a llegar con las flores y todavía tiene la boca abierta”. Enrique, que mira el cadáver con tristeza, de repente se da la vuelta violentamente, levanta una mano enjuta y temblorosa hacia las chicas, y grita: “¡los dientes no están, cuando me he ido todavía estaban!”. Ahora Enrique te mira a ti, que no sabes dónde estás, y mientras sudas todo lo de la noche anterior, grita: “¡Cabrona! ¿has venido a por los empastes de oro, verdad?” . Va acercándose cada vez más. Empiezas a ver la habitación en ojo de pez mientras grita, “¡Aléjate de mi amor!”. De pronto alguien te desconecta.


Oyes un murmullo, despiertas. Todavía tienes los ojos cerrados, sabes que estás en otra sala. Afinas el oído y oyes a Cata decir: “Animal, eres un animal, ¡si la chavala quisiera algo hubiese cogido las joyas!”. Abres los ojos y lo primero que ves es una enorme lámpara de araña. Las paredes a tu alrededor intentan disimular el gotelé mediante cenefas azul claro con motivos florales. Entre las sábanas de rosas, muebles antiguos pintados con colores pastel, el diván de terciopelo amarillo y cojines naranja con flecos, parece que estés en una habitación temática. Te sientes por un segundo la Bella Durmiente de Vallecas, hasta que vuelves a tener sed. En la mesita de noche hay un vaso con agua, entonces bebes. Algo reluce en el fondo del vaso, entonces escupes y dices “¡Joder!”, mientras sales por la puerta. Gritas, “¡Enrique!” con una dentadura postiza en la mano. Enrique coge la dentadura e inmediatamente rompe a llorar, las chicas intentan consolarlo mientras tú dices que sales a tomar un poco el aire. Al cruzar de nuevo la cortina turquesa, te encuentras con una primavera de mujeres. Esquivando pechos, bolsos, caderas y ramos de flores, consigues salir del pasillo, que ahora parece más corto. Ves a una chica reponiendo un estante con botecitos de acetona, y decides preguntarle por Mei. Te responde que hoy libra. Decides escribirle a Mei para disculparte, y en casa, mientras te lavas los dientes, llega una nota de voz suya a tu móvil: “Estás empanada, la cita la tienes el viernes que viene. Te llamo luego, que estoy de camino a un velatorio.” 





EJERCICIO 2. Narrador: segunda persona. Sitio: salón de uñas que es tapadera de un puticlub. Tenía que aparecer un tanatopractor y una dentadura. 


Júlia i Julieta - Ejercicio entregado tarde (el de Berta García Faet)

  JÚLIA I JULIETA. M’agradaria tancar en una habitació a la Júlia Cano de 2004 i a la Júlia Cano d’ara. M’agradaria tancar-me en una habitac...