Regino Martín Pérez
Selecta escritura
22/11/2023: Relato con “Me gustaría meter…”
Me gustaría meter todos
mis yos en una inmensa y majestuosa sala. Con ventanas altas y abierta al
exterior. Un lugar noble, palaciego y solemne. En dónde quepamos todos, sin estar muy
apretujados. En la mejor estancia del palacio que yo mismo me he otorgado.
Me gustaría meter a todos
mis yos en ese noble lugar, para realizar adecuadamente un besamanos
ceremonioso y que me vinieran a presentar sus respetos. Yo les saludaría a
todos de manera adecuada a su importancia. A alguno con cariño y respeto, a
otros, con distancia y frialdad, la que me otorga la experiencia.
Con aquellos yos a los
que desprecio, desde mi yo actual, los tendría bien colocados al final de la
sala, observándolos de lejos, con esos ojos arrugados y distantes, pero atentos.
Nada de abandonarlos en un sótano frío y oscuro, no. Junto a los demás, pero
demostrándoles, que ellos no fueron los predilectos y han sido relegados al oprobio
más sincero. Debe recordarse, que lo bueno de toda humillación, es que se debe
de hacer en público. La humillación y el castigo tiene una connotación
exhibicionista, si no se ve, no existe. Esos yos que no me condujeron a nada
bueno, y que fueron abandonados a su suerte, deben de pagar por lo que me
hicieron. En este caso, en la recepción que he organizado, los he relegado al
último escalón, al de la chusma que suele abarrotar todo acto, aunque no aporte
nada.
Aquellos yos más tiernos,
más recordados, les otorgaré honores y palabras cariñosas. Si estoy generoso,
quizás les cuelgue alguna medalla. O les conceda, en mi serenísima
magnanimidad, un título adecuado. “Barón de la adolescencia acomplejada”,
“Vizconde de la incipiente juventud confusa”, e incluso algún principado
otorgaré, “Príncipe de las discotecas decadentes”.
Todos los yos han sido
invitados, se cursó la oportuna convocatoria en sobre lacrado, bien escrito y
formalmente remitido. Yo no dejo nada al azar. Todo debe estar bien realizado,
bueno soy yo para estas cosas.
Algunos yos serán
glorificados y elevados al altar de la consagración. Como dijo el profeta,
“sobre ti construiré mi iglesia”. Los elegidos, ellos bien lo saben, están
llamados a ser sacralizados en esta ceremonia tan particularmente mía, de
edificar catedrales en la nada, o la de construir vaticanos en las nubes.
En este salón Real,
mientras el besamanos transcurra, iré recibiendo y saludando a cada uno de
ellos. Pero seré riguroso y aplicaré el protocolo adecuado. A unos les daré una
grata bienvenida, un caluroso saludo, con afecto. A los que pretendo alejar, solo
un movimiento de cabeza, que remarque una afirmación de existencia, pero sin
mostrar apenas sentimientos. Ese lejano acto en el cual, mi honorable presencia
afirmaría su asistencia y poco más. No vayan a creerse algo que no son y nunca
fueron.
Entre los invitados,
estarán los yos lejanos, los que me presidieron de forma evanescente y a los
que me costó recordar en la convocatoria. Esos yos intrascendentes que
interpreté sin sapiencia y sin consciencia. Esos que llegaron sin avisar y se
fueron de puntillas, sin dejar rastro. A veces, incluso yo mismo los olvidé,
como dice la canción “se me olvidó que te olvidé, a mí que nada se me olvida”.
No faltarán los yos
pesados, esos cansinos compañeros de viaje, que por mucho que los expulse del
palacio, siguen regresando una y otra vez. A pesar de haber proclamado un “Edicto
de expulsión al inframundo”, ellos siguen apareciendo por las estancias
reales. Malditos yos, pero inevitables en esta recepción, ya que la democracia
tiene estas cosas, todos deben estar presentes, aunque no aporten más que su
molesta presencia.
También estarán mis yos
absurdos, los que me ridiculizaron y arrastraron por la ignominia, también
acudirán. Pomposos ante la inconsciencia de lo que hicieron. Sí, esos yos que
son tan abruptos y ridículos, que ni ellos mismos se ven en su naturaleza. Aprovecharé
y pasaré cerca de ellos para escupirles kantianamente, con trascendental
movimiento de cuello y abrupto lanzamiento salival. Que noten mi rencor, no sea
que se confundan y crean que se me olvidó todo el mal que me hicieron.
Aquellos yos sin sentido
también están convidados. Esos que me conformaron y que aun no comprendo qué
hicieron en mi vida. Esos yos que siempre que los recuerdo, aún me asombro de
haberlos tenido. ¿Cómo pudo ser mi yo? Exclamo con teatralidad impostada, solo
exagerada por mi yo actual, enemigo acérrimo de ese yo despreciado, pero que desconoce
su futuro.
También irán esos yos que
hablan de sí mismo en tercera persona. Esos yos que siguen mirándose al espejo
mientras se hablan con magnánima exquisitez, con distancia y en tono frívolo. Esos
yos que se aplican el “nos mayestático” que tanto les gusta. Son esos
que se creyeron importantes y trascendentes, pero apenas reinaron, su gloria se
esfumó en apenas un suspiro. En el reino del Yo, el trono tiene una alta
rotación, y los príncipes son asesinados a manos de sus hermanos y primos.
William Shakespeare no sería capaz de imaginar la cantidad de asesinatos que se
perpetran en este reino. Ni Bruto en sus mejores momentos, lograría tanta
sangre derramada a las puertas del senado.
Solo pediré un ruego, que
el próximo yo que sea condenado al olvido, siga vivo y no sea asesinado en uno
de los pasillos de palacio. No me gusta la sangre sobre los mármoles, dan mala
impresión y los invitados se quejan. Mientras leo mis escritos, rezo que
ninguno de mis enemigos, mis yos despechados y rencorosos, desee acabar con mi
existencia en cualquier momento. Darle la espalda a un yo humillado, trae malas
consecuencias. No pediré cicuta, ni llenaré mi bañera de láudano. Quiero morir
de viejo, pero el palacio está lleno de enemigos y el frio preside todas las
salas.
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