Ninguno de los dos queríamos estar allí. Pero éramos demasiado gallinas como para echarnos atrás con 30 ojos por parte de mi familia y 80 de la suya mirándonos. Así que cuando el cura terminó su sermón ambos cacareamos un sí quiero. Lo de las gallinas quedó en nada porque realmente fuimos cobardes como cabras, zarigüeyas o avestruces, una puñetera arca de Noe repleta de incapacidad para que un simple NO amaneciera en nuestras gargantas.
Después de querernos aceptablemente durante unos cuantos años, nuestra vida común terminó pareciéndose bastante a un viaje en tren con sus paradas, sus adioses y sus holas y aquel antiguo jefe de estación con el pitido y la campana apremiándonos a cambiar de etapa. Además, por lo visto en el barullo de lo nuevo fuimos perdiendo esperanzas, ilusiones y parte de ese amor loco que alguna santa vez debimos sentir.
Tras atravesar trabajos precarios llegaron otros que, aunque solo permitían sobrevivir con un decoro inestable, nos resultaron aceptables y nos permitieron avanzar unas cuantas casillas en nuestro juego de la oca personal. Luego tocó adentrarse en la aventura inmobiliaria, que si piso grande que si pequeño, que si necesito una terraza para la primavera, que si mucha o poca luz, que el centro está intocable, que nos vamos a tener que mudar a Moralzarzal porque esto no hay quien lo pague.
Al final tuvo balcón, amplio pero balcón, correcto pero balcón. Un tercero sin ascensor que para eso somos jóvenes y estamos empezando. Los marcos Sannahed de 25x25cms fabricados por Ikea en Luubawa-Polonia sembraron nuestras paredes como un sarampión repentino. A cada clavo se me escurría una caricia, un roce, un beso de nuca que siempre fueron mis favoritos, cuando colgamos las cortinas para celebrarlo me encerré a darme un baño placentero y solitario.
La diferencia horaria nos llevo a la comunicación a través de posits de nevera, en las primeras fases los te quiero abundaban junto a compra alcachofas y jamón de pavo. Pero a medida que el frio helador de la vivienda desaparecía a golpe de multinacional sueca, se nos fue colando dentro y en nuestro sistema comunicativo se abrió definitivamente una vía de agua.
Lo comentaba con amigas y compañeras “pero que quieres después de ocho años, espérate a que tengáis niños esto es así el amor dura poco corazón, la rutina barre con todo, acostúmbrate a los polvos sueltos, a Netflix y a compartir gastos” La unanimidad de las opiniones agoreras me llevó a revelarme, a volver a buscar su nuca, a invadirle con mi incansable verborrea y con mis besos, a intercambiar sonrisas al cocinar, a follar buscándonos.
Las familias celebraron con brindis nuestra decisión de tirarnos a la piscina del matrimonio, corrió el cava, se sacaron las copas finas y el calor de los corazones ajenos nos arropó y empujó a subir otro escalón en esto de vivir. Compartí la alegría de los preparativos como si no fueran conmigo, ciega ante una convivencia que desteñía busqué vestido como quién se prepara para una cena de fin de año, probé, probamos menús, hice listas, deseché primos y tíos y casi sin darme, darnos cuenta, me planté en el altar con fotógrafo, estilista y maquillador.
Hay que reconocer que Marcos estaba guapo con su traje de hilo oscuro y me miraba un tanto sobrecogido, “será el blanco que impone” pensé yo porque su sonrisa suave era la de siempre, cálida y medida. La apatía, la pereza, la falta de arrojo de paren esto que me bajo, que nos bajamos y echamos a correr y no paramos, nos depositó en la alfombra roja y nos dimos el sí quiero sin pestañear.
Todo parecía terminado antes de arrancar, pero quizá la vida era esto y solo esto, un subir escalones mientras el cuerpo aguante. Y nosotros que ya no nos queríamos como toca éramos solamente un par de cobardes endomingados.
De fondo sonó la marcha nupcial, recogí la cola de mi vestido, colaborativa lo miré a los ojos, y me alcé de puntillas para besarlo. Llovieron pétalos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario