Pocas ganas tienes de ponerte a escribir. Los últimos días un no parar de problemas, como de
costumbre, piensas.
Pero esa incomodidad, la náusea en la boca del estómago, un nervio duro como una tenaza
que te atraviesa por dentro, es distinto.
No te alimentas bien, es tu primer pensamiento reflejo, una acusación tan verdadera como
pobre para justificar tu malestar. Tan pobre como simple. Aquí hay más.
Como es lunes por la tarde estás sola en el despacho, no te molesta el ruido que nunca cesa,
esos sonidos que sólo cambian de intensidad o de timbre, el trasiego de personas a pie o en
vehículo de cualquier tipo, la variedad es amplia, hasta camiones de descarga para el consum
de la esquina.
Y justo ahora el señor que toca un incomprensible instrumento ha iniciado su jornada laboral
debajo de la ventana de la oficina. Piensas: este es el nuevo, llevará por aquí un par de
semanas. Estas acostumbrada a los habituales: al violinista de la mirada tristísima que parece
mudo o muy tímido, no sabes bien; al cubano lleno de energía con su guitarra y su habla
cariñosa, que te bendice y te dice que le recuerdas a su madre. Luego está el que toca la
guitarra española destrozando Entre dos aguas de Paco de Lucía, hay que tener valor para
atreverse con ese temazo sin dominar la técnica. Haces memoria y recuerdas al señor del
acordeón, parecía parte del equipo de la oficina, te informaba si había entrado alguien o
habían preguntado por ti, un fenómeno. Pobre hombre, se murió. Te enteraste por la de la
cafetería.
Vuelves al presente con el sonsonete del nuevo tocador, un plus de exotismo en tu desganada
tarde de lunes. ¿Qué instrumento presuntamente musical es ese que suena como un xilófono
rancio? Lo has visto de cerca hace unos días, una mañana, pero no lo has mirado con interés
porque tu interés básico era explicarle al músico que arriba −y señalabas con el índice las
ventanas del despacho− estábais trabajando y necesitábais un poco de concentración.
Educadamente y sin abusar de su derecho a estar tocando callejeramente, es más, aportando
una solución, que no es plan perjudicar a la persona, le sugeriste que probara a instalarse un
poco más allá, en la esquina del final del pasaje. No hay nada como llegar a un acuerdo
positivo para ambas partes. Él puede seguir tañendo ese rarísimo xilofóno y el personal de la
oficina seguir con lo suyo.
Agradeces estar en un buen equipo con buenas personas cada una dedicada a lo suyo. Irene
con sus contratos de cesión. Maria Dolores con esas facturas de conceptos erráticos que
siempre hay que corregir. Carles, tan serio, nuestro único especimen masculino al que has
encargado un plan de mejora y otras tareas de enjundia para que crea que aquí hay futuro,
mejor que tarde un tiempo en estado de inocencia hasta que la realidad se le revele. Elena
devotamente frente al escáner digitalizando documentos del archivo antiguo en soporte papel.
Piensas que los expedientes en papel ya no están de moda, son antiguallas como tú y sonríes,
todo tiene que estar digitalizado. Y vuelves a sonreír mientras piensas que luego ves y busca
entre los millones de documentos electrónicos, en fin.
Lina revisando propuestas de adquisición o preparando informes y tú de un lado para otro
tratando de evitar que la nave escore demasiado o crezca un tsunami indetectable que no
puedas prever y finalmente el barquito haga aguas.
El soniquete no admite demora. Bajarás y le volverás a ofrecer la opción de traslado a la otra
esquina al señor que toca el instrumento indescifrable, pero esta vez vas a preguntarle el
nombre, saldrás de dudas y volverás arriba a seguir escribiendo.
Se te ha pasado el malestar ¿será que te gusta escribir?
martes, 17 de octubre de 2023
Relato de Inma
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