martes, 17 de octubre de 2023

La piedra Invisible (Ana Nirvana)

Al despertar tendrás el tiempo justo para saltar de la cama como un gamo enloquecido al que persigue un incendio, darle al playlist ‘Aaa, no hay que llorar que la vida es un carnaval’ y respirar. Sabes que si esto no sucede, la información evaporada en el sueño, gracias al lexatín, se descargará como un torrente incesante de mosquitos que han sobrevivido al verano y confiados pican con desprecio sobre la piel desnuda. Te meterás en la ducha, antes de que al móvil le de tiempo de tentarte con sus notificaciones. Berrearás las aleatorias melodías que suenan por el altavoz mientras frotas tu piel como quien frota una mancha de mora que con otra mancha de mora verde se quita, hasta que la amenaza de procurarte un hematoma sea tan evidente que el quemazón te haga parar. Lo primero eres tú, te dijo la psicóloga. Las autolesiones son un alivio temporal que acarrea un proceso de cuidados que nos distrae de la verdadera herida, te dijo la psicóloga. Con el tiempo, el proceso, se hará más llevadero, te abrirás a una nueva vida, te cacareo la psicóloga. Pero este tiempo, el tuyo, no se amilana. No te cuida. No pasa. Evitarás mirar a todos los espejos que tu madre colgó en la casa mientras tú vivías en esa otra ciudad que queda tan cerca de esta y que gracias a eso aunque te mudes con él, tía nos seguiremos viendo un montoooón, y que mamá no te preocupes que vendré con el innombrable todos los fines de semana que pueda y que él no tenga que trabajar, claro, que ya sabes que él trabaja mucho. Te cepillarás el pelo con fuerza, como quien intenta a golpes sacar la mierda de una alfombra que ha visto dos cuerpos rodar, cenar pizza y correrse más de una noche, variando el orden de los factores hasta alterar tanto el producto que la última vez que los ve, una llora arrodillada no me dejes no me dejes, el otro se levanta hipando lo siento no sé hacerlo mejor. A la playlist se le ocurre la brillante idea de clavarte, como puñal por la espalda, junto al que ya llevas de serie, esa canción de Izal que a ti no te gustaba nada pero que a fuerza de oírla en su coche le cogiste cariño y que ahora te recuerda los treinta minutos que perdí(ste) por no ver la salida, que hicieron de un viaje tan feliz una pesadilla, canciones que fueron una vez nuestras favoritas, que nos despertaron hasta que las dimos por perdidas. Gritarás. Gritarás con tanta fuerza que las palomas del barrio alzarán el vuelo hacía parajes más alegres. Gritarás hasta que la vecina descuelgue el teléfono por si esa vez no deja de cesar tu grito pudiendo llamar, por fin, a un ambulancia o lo que sea que se encargue de llevarse a alguien que ha perdido definitivamente su sano juicio pobrecita esta muchacha. Gritarás porque si escuchas la siguiente estrofa vas a volver a llorar toda desparramada mocos y burbujas en la boca que se deshacen por tus comisuras mezclados con las lágrimas que aún no sabes como te quedan tantas lágrimas madre mía. Pensarás en escribirle, no, eso no puedes hacerlo, pensarás en escribir a tu amiga la que te pide que antes de escribir a ese pedazo de insulto, insulto, insulto, le escribas a ella, que no vale la pena que luego te quedarás peor. Saldrás corriendo de la ducha, mientras sigues gritando, como William Wallace bajando la colina, por la libertad. Lanzarás el móvil a tomar por culo. La playlist seguirá funcionando. Aaa no hay que llorar que la vida es un carnaval. Llorarás. Llorarás con tanta violencia que la toalla se desprenderá de ti como lo haría la conga a la que te habías unido, pero que una vez en el medio, te das cuenta de que no estás preparada para poner las manos en los hombros de un desconocido, menos aún que las de otro se posen en tus hombros mientras gritas a toda esa gente que qué se han creído. Por más que una parte de ti se muera por bailar. Te dejarás caer contra el suelo sobre la toalla. Toda mojada, temblorosa, escurridiza, como un cocodrilo recién nacido que no entiende qué ha pasado con el huevo que lo contenía. Verás caer tus lágrimas contra el suelo, con las yemas de los dedos las recogerás recorriendo el camino inverso hasta tu lagrimal, porque en ellas radica tu desgracia, tu tormento, seguir sintiendo pena por haber sido expulsada de un paraíso que hace tiempo se convirtió en ceniza. Las devolverás una a una, todas. Mientras te imaginarás diciendo cualquier otra cosa que no fuera la que dijiste aquel día. La que sea que hubiera tenido la llave a seguir con los planes que había apuntados en el calendario de la cocina, que de tantos corazoncitos dibujados alrededor casi ni se leen. Te golpearás la cara y tres veces el pecho por tu culpa por tu culpa por tu gran culpa. Levantarás tu cuerpo poco a poco, como una espiga que crece tarde, cuando la primavera ya se ha ido. Tu reflejo, en uno de los espejos que están desequilibrando el feng shui, junto con la ropa que intentas que no se amontone y las cajas de pizza que se apilan en la puerta pero que hoy seguro bajas a la calle, las tiras por fin, te pedirá tregua. Verás tu boca que no es tuya, verás tus ojos que no son tuyos, verás todas las cosas que desearías ser y no estás siendo porque tu eres real, no como ella que vive ahí detrás, que si tú no la miras no la mirará nadie más. Abrirás los ojos, la boca, el pecho, bien pegada al cristal, como una niña castigada contra la pared hasta que piense en lo que ha hecho. Recordarás aquel capítulo de True Blood en el que un vampiro milenario aconseja a otro más jovén mirarse al espejo cada mañana, contar de 100 a 0, asegurándose de aguantar más allá del número 90. Porque quien no aguanta más de diez segundos mirando su reflejo cómo espera hacerlo el resto de su vida. Un rayo de sol golpeará el cristal, el brillo esperanzador te seducirá a que apartes la vista de ti. Aguantarás diez, veinte, treinta números más. Tu cara irá generando una mueca, el prefacio de una sonrisa. Siete, seis, cinco, cuatro. Entonces sonará tu móvil desde detrás de una maceta y las cajas sin abrir. Sonará ese politono de llamada entrante de Izal que a ti no te gustaba nada pero que de tanto oírlo en su móvil te lo acabaste descargando para agendar su número. Te preguntarás entonces si no fue Eurídice quien susurró, tentando a Orfeo, gírate, a pesar de saber el final. Si parpadeas, pierdes.

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